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El frasco de las hormigas

«No puedo recordar todo lo que Frank tenía peleando en el frasco ese día, pero puedo recordar otras peleas de insectos que organizamos más tarde: un escarabajo ciervo contra cien hormigas rojas, un ciempiés contra tres arañas, hormigas rojas contra hormigas negras. No pelearán a menos que sigas sacudiendo el frasco. Y eso es lo que estaba haciendo Frank, sacudiendo, sacudiendo el frasco». Kurt Vonnegut (1963), Cuna de gato.

He escuchado, en más de una ocasión, hablar del alumnado como ciudadanos del futuro. Creo que es un error mayúsculo. Los chinijos no son seres anónimos, ajenos a las circunstancias sociales y políticas. Se sorprenderían de las opiniones que muchos sostienen sobre los acontecimientos que suceden. Y la información que reciben a través de los dispositivos móviles y la televisión, les hace construir su visión particular del mundo, sesgada como la nuestra, pero con la que construyen juicios y emiten sentencias, como hacemos muchos.

El otro día, por ejemplo, le preguntaba a un grupo de alumnos cuántas guerras había en este momento. La gran mayoría se apresuraron a decir dos. Unos pocos dijeron que unas tres o cuatro. Y uno, tímidamente, apuntó que podían ser hasta cinco los conflictos armados. Repetí la pregunta en varias aulas y la respuesta fue prácticamente la misma. La exposición de los niños y niñas a la información, les llega a hacer creer que no hay más mundo ni más dolor ni sufrimiento que el que ven. (Existen más de cincuenta conflictos armados, son cerca de cuarenta los países afectados y millones de personas víctimas de la violencia).

La presidenta del Congreso advertía, ante el comportamiento de un grupo de diputados cuando Feijóo estaba pronunciando su discurso de investidura en la que no logró los votos necesarios para ser presidente del Gobierno, que no iba a permitir que el parlamento se convirtiera en «un patio de colegio». Y pienso que la señora Francina Armengol se equivoca, que debería posibilitar que el hemiciclo fuese un recreo constante: ya me gustaría que los diputados y representantes públicos elegidos en las urnas y que cobran de nuestros impuestos, se respetaran y relacionaran como hacen los niños y niñas en los patios de los colegios.

Pero los chiquillos ven y escuchan a los políticos mentir, insultarse, faltarse el respeto, romper continuamente las normas básicas del diálogo. Ven y escuchan cómo se banalizan palabras o expresiones como «asesino», «dictadura», «terroristas», «hijo de puta», «secuestro», «guerra», «violencia».

No deberíamos de extrañarnos si, con tanto sacudir el frasco, acabemos los maestros advirtiendo a nuestro alumnado que no vamos a permitir que se comporten como si fuesen unos diputados cualesquiera.

(Publicado en La Provincia)

 

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