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No es lo mismo tirar…

A lo mejor, se tomaron en serio la frase que Cervantes puso en boca de don Quijote: «Y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro».

Hace unos días me enviaron unas imágenes que han estado circulando por grupos de una conocida aplicación de mensajería. Yo no he querido publicar la imagen donde aparece el nombre del colegio.

Es normal que cualquier biblioteca realice un expurgo de sus fondos. Pero todo procedimiento tiene unos criterios, sobre todo si esos fondos son adquiridos con dinero público.

La ignorancia, el desconocimiento, la falta de formación o la osadía, hace, además, que se puedan cometer errores. Hace unos años pude rescatar los dos ejemplares de Julio Camarera, «Cuentos de los siete vientos», porque un iluminado modernista de la educación supuso que no tenía ningún valor. Quizás no le gustó la portada o no encontró la manera de conectarlo a la red wifi.

Los libros que yo he escrito y he podido identificar en esas cajas no tienen ningún valor literario. Pero, ¿ocurre lo mismo, por ejemplo, con «La lagartija escurridiza», de Pepa Aurora? ¿Saben que Pepa Aurora es una de las autoras de literatura infantil canaria más leída en los países americanos?

A mí, como a muchos compañeros, esos libros nos hubiese venido muy bien. Yo les hubiese dado una segunda, tercera y tantas vidas como los gatos de los cuentos. Los hubiera utilizado para que mis alumnos y alumnas leyesen; hubieran servido como biblioteca de aula; los hubiese regalado en el edificio en donde vivo (en ocasiones dejo algún libro en las puertas de las casas donde sé que viven niños).

Y si aun así, si deciden tirarlos, por lo menos meterlos en un contenedor de papel; regalarlos a las tiendas de segunda mano o a alguna organización solidaria; o donarlos a colectivos vecinales o simplemente coger un teléfono —igual que lo han hecho tantas veces para que vaya a realizar actividades con las familias o el alumnado— y ofrecérmelos.

Pienso en las horas que ha dedicado las compañeras en los cursos anteriores a la biblioteca del centro, en las reuniones de coordinación y los momentos de formación. Ese tiempo, nos guste o no, también es un tiempo de todos. Quizás sea verdad que los docentes andamos sin rumbo ni dirección, buscando un lugar propio y no un espacio común.

Estoy triste.

La cultura se crea, se protege y se transforma.

No se tira.

 

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